"Cada familia cocía el pan un día a la semana en el horno comunal aunque el pan se repartía dos días; los martes y los viernes. Las mujeres que cocían los martes siempre daban pan a las mujeres que cocían los viernes y al revés, así los días de horno todo el pueblo comía pan reciente.
Todas las familias llevaban gavillas de leña para encender el horno, que se cortaban o bien de la parte comunal o bien de su propiedad.
Antiguamente había tres horneros, el tío Jacinto, el tío Isidoro y la tía Epifania. Cuando se fueron haciendo mayores, tuvo que aprender más gente del pueblo. Casi sabían todos y el que no se atrevía le decía algún vecino que se lo hiciera, pero siempre a cambio de algún otro favor. Ya en los años 60 la tradición también pasó de madre a hija, como sucedió con Cándida.
Cada semana le tocaba ser hornero a uno del pueblo, que preguntaba a las mujeres cuanto pan iban a cocer y según la cantidad que querían cocer marcaba el orden. Según la familia se cocía ½ fanega o 1 fanega, que correspondía a 12 o a 24 panes.
El día anterior de amasar, se hacía el reciento con un trozo de masa de la semana de antes, que se había guardado en una cazuela de barro. Para recentar se ponía agua a calentar en un puchero y en la artesa se ponía el reciento, se amasaba y se dejaba reposar toda la noche. Al día siguiente el hornero iba a tu casa a avisarte que ya podías ponerte a amasar. Él tenía calculado el tiempo que iban a tardar las mujeres en cocer y el tiempo que se tardaba en hacer la masa.
Para amasar era necesario calentar agua en una olla grande y echar sal. Lo primero que se hacía en la artesa era deshacer bien con agua tibia el reciento. A continuación, en el centro de la masa del reciento, se hacía un hueco y se iba cogiendo de la artesa la harina y el agua y se iba mezclando, añadiendo y mezclando y así, poco a poco se iba amasando toda la cantidad que se quería. Todo se hacía dentro de la artesa.
Luego la masa se metía en una cesta redonda de 2 asas pero primero se colocaban dentro de la cesta los tendidos, que eran dos mantas con forma rectangular de lana de oveja a rayas blancas y negras, luego se ponían las maseras de tela de cáñamo de un tamaña de 2 metros de largo doblado formando un cuadrado y cosidos por un lateral. En ese cuadrado se metía la masa y se dejaba reposar bien tapada aproximadamente 1 hora para que subiera.
Las mujeres iban al horno llevando su cesta atada con un atillo y colgada al hombro (también se veía algunos hombres que llevaban la masa a su mujer). Ya en el horno, la masa se pesaba, en un peso de 2 platillos, 1 ½ kg para hacer un pan, se colocaba en el tablero de la mesa y se le daba la forma del pan y en la parte superior se le hacia con los dedos la forma ∆.
En otro tablero se colocaba primero un felpudo de esparto, encima los tendidos de lana y encima las telas de cáñamo donde se iban colocando los panes, se tapaban con otra tela de cáñamo, se colocaban otros panes y por encima se tapaba con la manta de lana. Allí se quedaban otra hora hasta meterlos al horno. Para meterlos al horno, primero se levantaba el pan con la tela y se ponía el pan en la palilla con el dibujo hacia abajo, se les daba la vuelta, se sajaban con un cuchillo y con un trozito de masa se hacía un rollito largo que se colocaba alrededor del pan en forma de cuadro. Además cada mujer marcaba su pan de distinta forma unas usaban moldes con sus iniciales, otras marcaban con el cuchillo dibujos: cuadros, puntos….El pan ya identificado se ponía en la pala de madera que tenía un palo larguísimo y al horno.
El hornero (y algunas mujeres) ya sabía cuando había que sacarlos, lo hacía con la pala de hierro, también con un enorme palo. El pan, como quemaba, se cogía con un limpión de lana, se dejaba en el tablero y cuando se sacaban todos (a veces daba tiempo entre pan y pan) se limpiaba con aceite que se untaba con la piel de un cordero recién nacido.
Los panes se iban dejando apilados unos al lado de otros.
Los chiquillos entrábamos y salíamos del horno y el hornero cabreado de tantas veces como se abría la puerta chillaba: “chicos fuera”, y las mujeres siempre diciendo “cuidado con la pala que os va a dar”. Nos gustaba comer el pan caliente, estaba riquísimo y siempre nos decían las mujeres que nos iba a hacer daño, pero nunca nos lohizo. Nos encantaba hacer con la masa figuras que llamábamos palomitas y luego estar pendientes de la nuestra cuando la sacaban del horno.
Las mujeres salían del horno con su cesta colgada al hombro asomando unos panes de color de oro, con un olor que ya prácticamente se nos ha olvidado".
Alguna vez, y para que generaciones posteriores vieran como se hacía el pan, Paulina y Ufe amasaron pequeñas cantidades para hacer pan, panes preñados y también masa para bizcochos. Aquí os muestro las únicas fotos que tenemos de una tradición que ya se ha perdido pero que ellas querían enseñar, a Ana Belén y a Mónica, lo que hacían de jóvenes.
Desgraciadamente, todos los utensilios que se utilizaban así como el local que con tanto cariño se ha ido manteniendo a la largo de generaciones han desaparecido en el pavoroso incendio del 22 de Julio del 2009.
Recuerdos de Ufe relatados a su hija Mari
Artesa: Cajón cuadrilongo, por lo común de madera, que por sus cuatro lados va angostando hacia el fondo. Sirve para amasar el pan y para otros usos.
Fanega: Medida de capacidad para áridos que, según el marco de Castilla, tiene 12 celemines y equivale a 55,5 l, pero es muy variable según las diversas regiones de España.
Masera: Paño de lienzo con que se abriga la masa para que fermente.
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Atillo: Cuerda
Reciento: Resultado de poner en la masa la porción de levadura que se dejó reservada para fermentar.




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